La subida fue tan vertiginosa, veloz, desbaratada, loca, que apenas si me queda goma que quemar para echarle el freno a la bajada. Ah no perdón, que no es bajada, es plenitud, llanura immensa donde pacer serenamente y disfrutar de lo que aprendí antes. Mi alma rebelde de por si se agota intentando explicarse que llamar al descenso plenitud no me sirve como excusa para vencer el miedo, para sobrellevar el peso de la vida que se gasta cada vez más deprisa. Se que tengo argumentos para hacer del aprendizaje algo mucho más grande que una vulgar excusa, pero incluso contra esto me rebelo, inútil, estéril, siempre con más esfuerzo del estrictamente necesario en cada etapa.
Y en un giro del camino, le grito al viento, hablando sola por la calle, noche de verbena (hoy es una de esas noches que todo el mundo ha pagado simbólicamente por el derecho absoluto de hacer locuras, de estar borracho, de divagar consigo mismo) le grito, decía, al viento, tu nombre. Mejor aún, tu abreviatura, esa abreviatura ambigua y cariñosa con que te regalé un buen día casi sin darme cuenta, que acabó siendo tu nombre en clave a dos, prohibido y tácito, inacabable e intímo, broma y augurio de una vida.
Te llamo con modestas condiciones. Modestas? Vivir más tiempo, no estoy segura si me hace más sabia, pero me permite manejar más variables, desde mi cerebro analítico y tendente a la justicia suma, al idealismo infinito, a la justificación más egoístamente altruista.
Y te llamo recordando que un día te metiste en mi cama con las botas y los pantalones puestos, el amoroso amigo contenido, abrazándome en silencio, porque sólo tu paciente silencio podía contener mis suspiros exhaustos de anhelar fantásticos paraísos ególatras.
Y le pido a no se quién que te devuelva a mi acuciante necesidad de compresión incondicional teñida de misterio deseable.
"Sólo ven si encontraste el amor y tienes una situación estable (o al menos estable como la mía) porque no quiero daños ni entre los dos, ni aún menos a terceros, pero si te encuentras en esas condiciones, por favor, encuéntrame como tantas veces me encontraste antes, porque te necesito"
Cuanta fórmula para tan poca cosa (poca cosa???) cuánta fórmula para conmigo misma y la luna que me mira compasiva.
Y el amigo amante que se metió en mi cama no sólo con las botas, sino con el alma desnuda y mucho más indefenso y sólo de lo que yo hubiera pensado nunca, me abraza estrechamente cuando le cuento mi noche sola, mi intermezzo placentero de mujer casi consciente que por una vez en su puñetera vida ha cabalgado sóla sin obligar a nadie, y ha pasado un buen rato sin anestesiarse ni avergonzarse, sin ti pero contigo, y llamando a gritos a otro, de quien no debes tener celos, aunque sería el único hombre que podría arrancarme de tu lado si la vida, en lugar de producirse en el presente, se reprodujera en un pasado mejor del que fue, que ya no existe ni volverá nunca.
Qué pasaría si se conocieran? Mis dos paradigmas de la calma se respetarían y quizás se llegaran a amar incodicionalmente, en silencio, con una sonrisa comprensiva.
No me imagino a ninguno de los dos partíendose la cara con el otro en un reto típico y tópico.
Pero Loren, me duele haberte perdido, que puñeta, y si en mi más desbocada fantasía sueño que me lees, porque no pronunciar tu nombre en clave? Ahora te necesitaría, quizás sólo porque no puedo olvidar aquella inercia mágica, por la cual de manera inexplicable, acudías cada vez que te necesitaba.
Se feliz mi vida, yo le amo, y se que aunque me llenen de amor te necesitaré siempre, pero por más que clame al cielo, no tengo derecho, nunca màs, a usarte como mi oso de peluche.
Ahora que amo, menos que nunca.
Pero quizás es cuando más te necesito.
Amar es duro, coño, que bien lo sabes.