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MOONSA BOUDOIR

El sillón de los relatos

En la cima del mundo IV

En la cima del mundo IV

Siente como su corazón bombea con fuerza, aunque parece haberse trasladado a su abdomen. Se mira de nuevo el ombligo presa de auténtico pánico.

El agujero negro le reclama desde allí, y como si de una mancha de espesa pez se tratase, parece que empieza a salirse por los bordes y a derramarse sobre su piel.Se levanta y vuelve a la puerta. Sigue allí, pero el marco y las esquinas parecen deformarse por momentos, y laten, laten al mismo ritmo que ese corazón abdominal del que es consciente por primera vez.

Quiere mirar ahí dentro, meter la mano hasta el codo y extraer lo que sea que hay en ese alucinante lugar de si mismo que desconocía.

Pero está muerto de miedo. ¿Y si no hay nada? ¿Y si el vacío más terrible y oneroso le espera al otro lado de sí mismo?

Está temblando convulsivamente y siente que va a ponerse a gritar.

“Give a little bit….” La canción ha vuelto a empezar y el volumen es infinitamente más alto, aunque él no lo ha tocado en absoluto.

“El apego a las cosas materiales hace a  los hombres insatisfechos. Sólo el desapego puede llevarte….” oye de nuevo la voz abriréndosee paso entre los más recónditos pliegues de su cerebro. Pero una y otra vez se niega a escuchar. Se tapa los oídos con las manos, y la voz y la música siguen subiendo hasta llevarlo al paroxismo total.

No puede hacerlo, está convencido de  que sólo hallará vacío, o en todo caso emociones tan negras y amenazadoras que no está dispuesto a vislumbrar si quiera. Al mismo tiempo sabe que si no entra, no hay vuelta atrás. Las cosas materiales han sido sus aliados, su ilusión, su motor, su razón de ser, lo único seguro y asible a lo largo de su vida.

Quizás se ha estado engañando todo el tiempo. Quizás como Linus, el entrañable personaje de Schulz, va por la vida abrazado a una manta protectora. Quizás no puede, no sabe, hacerlo de otro modo. Quizás volver a empezar sea la cosa más difícil que ha hecho en su vida. Quizás no va a  hacerlo….

Ve a Linus, el dedo entre los labios, sosteniendo con la otra mano la vieja manta contra la mejilla, tan desvalido, tan….

Empieza a reírse a carcajadas, es una risa imposible, repleta de llanto reprimido, dura como una piedra y restallante como un látigo, es la risa de un loco.

Corre hacia su ropa y de los bolsillos empieza a sacar cosas.

La agenda electrónica, el teléfono móvil, el reproductor multimedia, el pen driver, y los coloca en el suelo formando algo parecido a un círculo, sin dejar de reír, tropezando con todo lo que se le pone al paso. De un estirón acerca su ordenador portátil, y de otro arranca el terminal telefónico de su mesilla. Vuelve a buscar en sus bolsillos, frenético, y con una horrible sonrisa de triunfo saca las llaves de su coche, y las extiende junto a lo demás.

Se tumba en el suelo, en posición fetal, y con movimientos convulsos alarga los brazos para estrechar el círculo de objetos hasta que siente en su carne la frialdad de todos ellos, hasta que algunos se le clavan insidiosamente en la piel.

No va a mirar, por más que siga latiendo no va a mirar.

-          No hay nada, no hay vuelta atrás, no hay nada,  no hay nada, no hay nada…. 

Adela lleva casi quince minutos llamándole de todas las maneras posibles sin obtener respuesta alguna. Sólo escucha la música cada vez más alta que llega desde el otro despacho. Kristy se ha ido riendo, diciendo que no creía que Gonzalo fuera tan cobarde, pero que lo comprendía.

Pero la secretaria está verdaderamente descompuesta, y al quedarse sola, grita mirando hacia la puerta metálica:

 -          Gonzalo si no contestas abriré!!!

Toma aire, puede que aquello le cueste el despido, pero tiene el convencimiento de que está ocurriendo algo anormal, y  no puede esperar más.

Pulsa el botón y la puerta se abre con un zumbido.

Enseguida ve el montón de objetos absurdamente dispuestos en una especie de círculo sobre la moqueta. Y en el centro un pequeño montón de arena blanca. Nada más, nadie más.

La música se ha parado de repente, y ella siente que comprende lo incomprensible. Una lágrima de compasión sincera rueda por su mejilla.

- No hay vuelta atrás – dice Adela en voz alta, y ni siquiera sabe por que lo ha dicho.

                                           

                                          ∞        ∞        ∞        ∞

En la cima del mundo III

En la cima del mundo III

Se ha quedado mirando la zona de oscuridad, como hipnotizado, dejándose llevar por sus recuerdos. Se balancea ligeramente adelante y atrás mientras tararea la canción que está sonando en el reproductor de CD.

“Give a little bit.....”

Suena una y otra vez. 

"Give a little bitGive a little bit of your love to me

Give a little bitI'll give a little bit of my love to you

There's so much that we need to share

So send a smile and show you care 

I'll give a little bit

I'll give a little bit of my life for you

So give a little bit

Give a little bit of your time to me

See the man with the lonely eyes

Take his hand, you'll be surprised 

Give a little bit

Give a little bit of your love to meI'll give a little bit of my life for you

Now's the time that we need to share

So find yourself, we're on our way back home 

Going home

Don't you need to feel at home?

Oh yeah, we gotta sing"

Nunca antes se había preocupado de la letra. Es curioso, le están preguntando si necesita sentirse en casa, en su hogar.

Persiste en su balanceo, como si se acunara a si mismo. Mamá....unos brazos rollizos y fuertes que olían a colonia. Siempre llevaba una botellita en el bolso. Recuerda los brazos, la botella de plástico rosado, los pañuelos olorosos, una sonrisa con vida propia, que se pasea ante su vista sin encajar en ningún rostro, dulce y burlona a la vez. Unas manos regordetas, unas carcajadas amplias y resonantes, unos grandes ojos negros.

Allí estaba su casa. A una distancia de treinta y dos años. Tenía siete cuando ella murió.

Se levanta y se dirige hacia la puerta, se balancea todavía, más lento, más suave, mientras camina.

Se detiene, se ajusta el nudo de la corbata, baja un poco la cabeza, como si quisiera embestir la insondable negrura, y entra.

Silencio. Frío. Aquí no hay ningún olor familiar, nunca llegará a su hogar si se adentra en ese agujero.

¿O si?

Se queda de pie, con las piernas un poco separadas, plantado ante el negro vacío como si estuviera preparándose para la llegada de una fuerte ola marina. Y no pasa nada. Se obliga a no darse la vuelta, se obliga a no forzar los ojos para ver en la oscuridad, se obliga a no gritar; ha parado de balancearse.

Su pensamiento hace mucho rato que navega a la deriva por lugares a los que no se asomaba desde niño.

Sin duda alguna este portal no ha aparecido porque sí. Ha de llevar a alguna parte. Si se tratara de la muerte no tendría mucho sentido hacerle esperar en una negra y vacía estación de tránsito adónde no parece que haya de  llegar nada ni nadie.

No consigue ordenar las ideas. Tal vez es que en su interior éstas libran una lucha terrible para volver a los viejos y conocidos parámetros. Nada de fantasía, nada de azar, nada de misterio; puro racionalismo escéptico. El esquema de siempre pierde terreno por momentos.

Intenta respirar pausadamente, por la nariz. Fue a clase de yoga una vez, ahora lo recuerda. No le gustó el profesor. Intenta recordarle y en lugar de su rostro las nuevas y alborotadas sinapsis neuronales forman la imagen del maestro de la vieja serie de TV, Kung Fu, el hombre ciego y calvo de anaranjada túnica que llamaba a su pupilo pequeño saltamontes. Y en algún rincón de su cabeza suena una delicada campanilla.

Se echa a reír, no puede contenerse, sabe que probablemente es una reacción histérica, pero no puede parar. Tampoco puede oír sus carcajadas. Y cuando su cuerpo se curva hacia delante y se lleva las manos al estómago como queriendo detener la risa desatada, le parece notar una tensión en la piel, es como si la oscuridad ofreciera una cierta resistencia física.

“Olvidarse del yo. El desapego de las cosas terrenales es lo único que nos puede llevar a la serenidad y al conocimiento.”

Otra vez el profesor que no le gustaba. No le gustaba lo que decía.

¿Desapego de las cosas terrenales??? Después de luchar toda su vida por tener la posición y el poder que ahora ostentaba, por vivir rodeado de lujo, por qué no decirlo, ¿después de todos estos años ahora venía un tío a decirle que tenía que desapegarse de las cosas terrenales???

Por Dios él fue a clase para relajarse. Tenía estrés. Todos los ejecutivos tienen estrés. Entonces van a yoga. ¿O no era así el silogismo aprendido?. Él fue y no le gustó. El profesor le pareció un payaso místico. Así que no fue a la segunda sesión, ni a ninguna más.

Al fin y al cabo también estaba el psicoanalista, los ansiolíticos, el golf, Kristy.

Se estremece. Ha dejado de reír casi sin darse cuenta. ¿Qué hace allí sin decidirse a avanzar o retroceder?

Es que no puede. No sabe qué es lo que quiere hacer. No tiene ni idea de lo que está buscando.

- Gonzalo no tienes ni idea de lo que estás buscando.

Y en su cabeza suena su propia voz, justo a continuación:

“Tampoco la tenías esta mañana, antes de que pasara todo esto. Nunca la tuviste”

Traga saliva y se pone andar hacia el frente, despacio pero con decisión. La nada profunda y misteriosa se abre a regañadientes para dejarle pasar. No oye sus pasos. No oye absolutamente nada. Pero continúa.

-         ¿Gonzalo qué te crees que estás haciendo?

A pesar del frío que va en aumento poco a poco, tiene la camisa empapada en sudor. Se detiene sólo un instante; ha caminado mucho. O al menos eso cree. Pero nada ha cambiado.

Se da la vuelta y como impulsado por un resorte echa a correr. Negrura por los cuatro costados. Siente verdadero pánico e intenta moverse en línea recta. ¿Podrá salir por donde entró?.

Casi sin notar la transición se encuentra otra vez dentro de su despacho.

Las nubes siguen decorando el cielo de abril desde las ventanas.

“Give a little bit….”

Se tira al suelo, boca abajo, y llora.

Nada le sirve ahora, nada de lo que ha conseguido durante todos estos años. Enterrado bajo las cuentas de los bancos, los coches lujosos, la ropa de marca, las recepciones pretenciosas en su jardín, la felicidad de plástico gastado en la que finge vivir con su mujer, los empleados untuosos que casi inclinan la cabeza a su paso, respetuosos, admirados (¿o rencorosos y llenos de rabia?, se pregunta ahora). No le sirve de nada.

Se está volviendo loco y está encerrado en su despacho, al final de ninguna parte.

-         Quiero ver a mi hija, quiero ver a mi hija….

Parece estarle musitando confidencias a la moqueta, con la voz entrecortada, frotando el suelo con las yemas de los dedos en un gesto automático de paranoico.

Y como si alguien la hubiera plantado allí de repente, en su cabeza se gesta una frase, y le golpea al nacer como un mazazo.

“ Tu vida es una mierda Gonzalo.”

-         ¿Entonces para qué la quiero eh? ¡Trágame de una puñetera vez maldita cosa negra, trágame de una puñetera vez!.

Las venas de su cuello se hinchan violentamente a causa de sus gritos. Está fuera de sí.

Respira desacompasadamente, lleno de ansiedad, consiguiendo sólo que se le seque la garganta. Se levanta de un salto y se va a la nevera. La abre y saca una lata de cerveza. Se la bebe con tal fruición que el dorado líquido le mancha toda la pechera. Y él se ríe otra vez a carcajadas, entre sorbo y sorbo, mirando como el líquido gotea incontrolado desde su boca. Incontrolado, esa es la palabra.

Basta de control.

Se quita la ropa a tirones, y empieza a dar violentos saltos por la habitación, se golpea varias veces en las piernas, en los brazos, en el cuerpo, moviéndose como un animal grande y torpe que de repente se ha cansado de estar en una jaula.

Su alma sin duda se ha hartado de estar en una jaula, en una muy estrecha y fría que le constreñía cruelmente el espíritu. Una que había construido él, centímetro a centímetro, con precisión y anhelo enfermizos, para protegerse.

¿Protegerse de qué? Del dolor, de la compasión, de…. sí mismo.

Se sienta en el sofá, desnudo, y contempla su ombligo con la mirada oblicua y perdida de los locos. Y allí ve el agujero negro de la puerta. Recortándose sobre su vientre como si su cuerpo fuera uno de aquellos antiguos cuentos troquelados que tanto le gustaban de pequeño.

En él está el misterio, él es el miedo. Y sólo él puede decidir si quiere explorarlo, si quiere iluminarlo a riesgo de sentir latir su propia alma con toda su fuerza para ver lo que hay dentro de sí, lo hermoso y lo ruin.

Qué triste, que patético. Ha construido un imperio en cuya cima se sienta en solitario, y ahora no es capaz de decidir si quiere mirar en su interior.

(Continuará….) 

En la cima del mundo II

En la cima del mundo II

Frunce el ceño, inclina la cabeza hacia un lado, y mira la puerta abierta extrañado. Piensa que quizás debería estar asustado, no lo está, pero empieza a ponerse nervioso.

El oscuro rectángulo está ahí, como un desafío a su inteligencia, y quiere averiguar de que se trata.

Pero cuando va a cruzarlo con paso decidido algo le detiene.

De repente el miedo salta sobre él y se apodera de sus entrañas, dejándole la frente febril y el estómago helado.

¿Cómo puede cruzar sin saber que le espera al otro lado?

¿Qué es esto?

Le viene a la cabeza haber leído un libro, cuando era adolescente, en el que unos niños se salvaban de una hecatombe mundial porque en el momento de la deflagración estaban bajo el agua. “Mecanoscrit del Segon Origen”, de Manuel de Pedrolo, eso era.

Pero él no estaba bajo el agua ni aquello era una novela de Ciencia Ficción. Aquella impenetrable oscuridad, los fallos en las comunicaciones con el exterior de su oficina, todo tenía que tener una explicación lógica.

Volvió a su sillón intentando no mirar la siniestra abertura que quedaba en la pared de su derecha. Tenía que pensar.

Encendió de nuevo el dispositivo de masaje. La electricidad no había dejado de funcionar en ningún momento.

Debería cruzar aquel umbral. Él no era ningún cobarde. Pero no comprendía lo que estaba ocurriendo y estaba demasiado acostumbrado a controlarlo todo para poder tomarse la situación con la calma que requería.

Lo que fuera aquello, no podía estaba bajo su control.

Tal vez era un efecto extraño producido por alguna pantalla, o un cristal, y detrás encontraría a todos sus empleados, sonrientes: “Sorpresa!” le dirían. Estarían allí también su esposa, sus hermanas, su  hija de dos años. Su padre....

Chasqueó la lengua irritado y alejó de si esos pensamientos.

-         Gonzalo no es tu cumpleaños y es completamente absurdo lo que se te pasa por la cabeza. Desde cuándo dejas vagar así la imaginación?? Además tu padre murió hace cinco años.

Cierra fuertemente las mandíbulas. ¿Por qué ha visto a su padre en aquel cuadro?

Si sigue dejándose llevar por ideas estúpidas no encontrarà la solución al problema.

¡Un efecto! ¡Qué efecto ni que...!! ¡Dirigía una de las compañías de logística más importantes de Europa, no unos estudios cinematográficos! Y quién iba a molestarse en....

Se sentía verdaderamente enfadado consigo mismo por haber dejado que tantos pensamientos fantasiosos entraran en tropel en su cabeza y camparan por allí sin orden ni concierto.

Se levantó, se quitó la americana, que colgó cuidadosamente del respaldo del sillón, y se dirigió a la puerta.

Sacó un brazo, firme, rápido, casi con violencia.

Nada. Sólo una extraña sensación de frío.

Abarcó el oscuro rectángulo con la mirada, se agarró al dintel metálico y tomando aire como si fuera a sumergirse en el agua, sacó la cabeza por la negra abertura.

Silencio.

Supertramp no se oía al otro lado, no se veía absolutamente nada, y hacía un frío terrible.

Retiró su rostro con precipitación. Podía no gustarle reconocerlo, pero estaba asustado de verdad.

Desalentado volvió a agarrarse en el dintel, y con mucho cuidado sacó un pie, tanteando el suelo.

No era... no era exactamente sólido, aunque no le pareció tampoco vacío.

Igual que cuando introdujo el brazo y la cabeza, la oscuridad parecía estar hecha de un material suave y blando que se adaptaba a todo lo que entraba en ella, como si de un molde se tratara.

La cabeza le daba vueltas y el corazón empezó a andarle muy deprisa.

Se mareó, y volvió al sillón.

Cuando se sintió mejor, probó sistematicamente las tres ventanas que podian abrirse normalmente en aquella elevada jaula de acero y cristal, probó la conexión a internet, el móvil, el intercomunicador.

Nada.

Supertramp seguía sonando en el reproductor de CD como una incongruente sintonía que le daba familiaridad a la situación.

Tenía que salir de allí. ¿Pero cómo? Aquella negrura insondable le aterraba. Era extraña y desconocida como..... ¿la muerte?

Intentó apartar aquel pensamiento, pero no tuvo el menor éxito. Eso era, la muerte. Y su cabeza empezó a divagar de nuevo por los terrenos de la más desaforada fantasía.

La muerte le esperaba ahí fuera. Ignoraba por qué, pero era así.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, no quería marcharse, pero poco tiempo sobreviviría encerrado allí dentro. En la nevera sólo había refrescos y cava. En el mueble bar había frutos secos y bebidas alcohólicas.... que tontería....

Así que la muerte le esperaba fuera, pero también dentro.

Con toda seguridad se estaba volviendo loco.

“Deberías prestar más atención a la nena Carmen, siempre la oigo balbucear y tu como si nada”

Y Carmen le respondía que estaba ocupada, y que la nena estaría bien. Siempre igual.

Él por supuesto nunca hizo mucho caso de esos balbuceos. Los oía, le recriminaba a Carmen su comportamiento poco maternal, cogía el maletín y se marchaba. O se sentaba en el ordenador para evadirse dentro de su cibermundo.

No podía alejar de su mente el rostro de su  hija Marta.

Qué ganas de llorar, sus lágrimas parecían un embalse lleno hasta los topes que pugnaba por romper la presa.

¿Qué le estaba pasando?

Cuando murió su padre él se hizo cargo de todo. El funeral, varias misas en su memoria, la necrológica en el periódico, el reparto y liquidación de bienes. Actuó con precisión y justicia, toda la familia le agradeció lo que había hecho. Aunque su hermana Nati le miró un día fríamente y le espetó que: “la muerte de papá no es uno de tus negocios, Gonzalo, que lástima me das” y se fue para no volver a verle ni a llamarle hasta la fecha.

Lo que sabía de ella lo sabía por su tía, la hermana de su padre, que siempre había tenido debilidad por él, y ya desde pequeño le excusó todas las travesuras.

Más lágrimas. La puerta era una mancha negra y borrosa en la pared que se encogía y se expandía muy despacio.

Poco tiempo después buscó a Kristy, aquella puta tan simpàtica que conoció en la despedida de soltero de su amigo Carlos, y que le aseguró que estaba estudiando Ciencias Económicas y hacía aquello para “ganar un dinerillo extra” y porque la divertía. La creyó. Era una mujer instruida y bastante culta y sin duda , inteligente. El motivo real por el que se dedicaba a aquello se le escapaba. Pero en aquel momento no era importante. Kristy sabía escuchar, sabía hacerle sentir poco menos que como un dios, y era estupenda en la cama. Así que la buscó, y la encontró.

Empezaron a verse con regularidad. Él pagaba sus servicios cada vez, sin rechistar. Era un lujo que podía permitirse.

Y poco a poco se alejó de Carmen. No la necesitaba. Era bonita, tenía estudios, era elegante y sabía estar. En su momento resultó una candidata perfecta para el joven empresario. Pero nada más. La madre de sus hijos y su compañera en los acontecimientos sociales.

El amor era una tontería.

Aunque él quería a su hija.

¿La volvería a ver?

Sin duda no, porque aquello era la muerte, daba igual por que lado de la jodida puerta lo mirase.

Vista  a la luz de los recientes acontecimientos su vida le empezaba a parecer una cosa terriblemente vulgar para asemejarse ni remotamente a la del ser superior que él se había considerado siempre. Y para colmo se terminaba así.

Descargó un violento puñetazo sobre el escritorio, pero todo lo que consiguió fue hacerse daño. La ira y el miedo siguieron allí, intactos, amenazando con hacer estallar su corazón.

(Continuará...)

En la cima del mundo I

En la cima del mundo I

Nunca el Sr. Hernández llegó tarde a una reunión. Nunca. Y pasan 6 minutos. Nada en el móvil, nada en el mail.

-          Adela, ¿ha llamado alguien?

-          No señor

-          Gracias Adela.

Frunce el ceño y tabalea sólo un momento con los dedos sobre la mesa de caoba. Bien, si el cliente no viene no va a estar perdiendo el tiempo esperándole. Abre la gran carpeta azul que reposa sobre una esquina del escritorio.Veamos, no estaría de más repasar otra vez esas estadísticas, lo hizo ayer noche, muy apresuradamente, y el tiempo que generosamente le está brindando el Sr. Hernández le va a venir muy bien para estudiarlas con mayor profundidad. Para cuando llegue la señorita Gavin, su siguiente cita. La recuerda por un momento. Una joven francesa que parece creer que va a seducir a todos los empresarios españoles con sus tenues parpadeos, sus felinos andares, y un poco de rouge. No la cree tonta, pero si vulgar. Una vulgar hija de papá con mucho dinero. Sabe ser fría y guardar sus cartas si es necesario, pero no cree que hubiera llegado muy lejos si...

-          Sr. Medina, hay aquí una señorita que quiere verle, pero no tiene cita concertada.

-          ¿Te ha dicho su nombre?

-          Kristy, a secas, dice que se llama.

Enarca las cejas muy levemente. Kristy? La única Kristy que conoce...Mira el reloj. Sin duda el turno del Sr. Hernández acabó hace rato. Y las estadísticas pueden esperar. Kristy suena mucho más interesante. ¿Por qué no?

-          Hazla pasar Adela.

Se queda de pie mirando a la puerta con una sonrisa que pretende ser de bienvenida. La puerta no se abre.

Silencio. Ni un zumbido.

-          Adela hazla pasar

Silencio

-          ¿Adela?

Silencio.

Un nuevo tableteo sobre la mesa, que rodea conteniendo su creciente inquietud. ¿Qué pasa? ¿Es que todo va a salir al revés hoy?

-          Adela estás  ahi?

Silencio en el altavoz, silencio en la puerta.

Él mismo pulsa el botón de apertura. Y la puerta no se mueve, ni produce el menor ruido.

Mira a su alrededor desconcertado. El despacho está bien iluminado, en el DVD unos dígitos azules le recuerdan la hora. El televisor tiene encendido el pilotito verde. La nevera emite un ligero ronroneo. El CD está encendido. Coge el mando a distancia y lo pone en marcha.

Suena Supertramp. "Give a little bit of...."

Pulsa de nuevo el botón de la puerta, pero no ocurre nada.

Saca el móvil del bolsillo de su americana, para ver asombrado como la pantalla le muestra un mensaje de “buscando red” al intentar usarlo.

Se sienta en la mesa y pulsa dos veces sobre el icono de su cliente de correo. Antes de que la ventana se abra ve en la bandeja del sistema el icono de la conexión a internet, un pequeño monitor, esta vez bajo una contundente aspa roja. “Cable de red desconectado”. El router está en el piso inferior, y él puede conectarse a la red mediante un dispositivo inalámbrico. Que funcionaba hasta hace unos diez minutos.

Vuelve a levantarse para mirar por las amplias ventanas. Hace un espléndido día de primavera, con algunas nubes algodonosas que dejan en el cielo estampados aleatorios a gusto de la imaginación del observador.

Intenta abrir una ventana. Pero no puede.

-          Gonzalo no te pongas nervioso, es la ley de Murphy, algo empezó a ir mal y ahora nada funciona. Siéntate, cálmate, y algo se te ocurrirá. No diriges una empresa que factura tantos millones al año por ser un idiota que se deja acojonar a la menor eventualidad.

Y se sienta, en su enorme sillón giratorio. Pulsa un botón y el sillón, obediente, empieza a masajear alternativamente su espalda, su trasero, sus piernas.

- Ah claro, la puerta tiene uno de esos dispositivos de seguridad que siempre piensas que jamás vas a usar. Pues esta vez si.

Sonríe confiado y se dirige a la puerta. Efectivamente en la esquina superior izquierda hay una pequeña palanca. Se acuerda de los trenes, y sonríe de nuevo.

“Emergency – Pull”

Y tira hacia él.

La puerta se abre muy lentamente, con apenas un siseo.

- ¿Adela qué....?

La sonrisa confiada desaparece bruscamente de su cara.

La puerta automática está abierta de par en par, enmarcando un rectángulo donde reina la más espesa e indescifrable oscuridad. 

(Continuará....)

Punto de partida

Punto  de partida Una explanada de gravilla gruesa surge de la niebla. El sonido de las ruedas sobre los guijarros y la noche que no se atreve todavía a abrirse dejan en la piel una extraña sensación de irrealidad. En medio de esta nada fría y desubicada crece un barracón blanco repleto de puertas cerradas que probablemente no lleven a ninguna parte. Se oye ténuemente el hilo musical. Sobre un pegote gigante de cemento los jóvenes héroes esperan el tren que ha de llevarles al futuro. Van armados con maletines, mochilas, y otros recipientes menos convencionales, cargados de ilusión y de pereza. Al final de una curva imposible que jamás estuvo allí antes aparece el tren, silbando ecos de sombra en la estación que no existe. Los héroes suben entre risas con las caras pálidas y los labios fríos. Tras ellos, el pastor del silencio entra en el tren, con su equipaje de calma, libros y tiempo. Las ruedas giran de nuevo sobre la grava, luces cruzadas, punto de partida.  

El gatonauta

El gatonauta Érase una vez un gato que vivía en un zapato. Un zapato marrón de ante, del 42. El zapato salió despedido del pié izquierdo de alguien que se había cabreado aquel día con su jefe y lo lanzó antes de meterse en la cama, con tan mala (o buena) fortuna, que por la ventana abierta fue a parar al espacio y sigue allí orbitando alrededor de la tierra.
El felino en cuestión, haciendo honor a su especie, era extraordinariamente curioso, tanto, que husmeando en los rincones prohibidos fue a meterse en un agujero negro, y apareció en el espacio exterior, quedando “calzado” dentro del extraño artilugio volador.
El increíble animalito se adaptó con asombrosa facilidad a su nuevo hábitat, aunque a día de hoy aún se desconoce como lo hizo para sobrevivir en tan precarias condiciones.
La cuestión es que creció y creció tanto que, ni comiéndose la plantilla anti-olores con la cual compartía la vivienda, cabía dentro del reducido habitáculo, y se encontró con que estaba completamente atascado.
Abrumado por la preocupación empezó a maullar esperando que alguien le escuchase y le sacara de allí.
Entonces ocurrió lo inesperado.
Una bruja terrícola que usaba el SETI at home como salvapantallas, vio un buen día en el gráfico unos picos inusuales que despertaron su interés.
Salió al balcón y escuchó el cielo con atención, hasta que consiguió percibir un ligero gemido. Sin pensárselo dos veces, tomó su vieja escoba y se lanzó al espacio en busca del origen de aquel extraordinario ruido.
Y lo encontró. No le asombró lo más mínimo hallar aquella forma blanca y peluda emergiendo de la abertura de un objeto volante que tenía un cierto parecido con un zapato viejo. El gato a su vez la oyó llegar y se puso a maullar en todos los idiomas que conocía esperando que aquel ser que se aproximaba comprendiera alguno de ellos.
Cuando la bruja le oyó maullar en catalán le dijo con firmeza: “Para aquí, que es mi lengua materna y así es como vamos a entendernos mejor”.
Podéis imaginaros el alivio que sintió el minino, que se vio salvado. Un gato atrapado en un zapato-satélite no puede soñar en nada más adecuado que una bruja catalana para que le rescate, por supuesto.
Así que le explicó la situación, y ella no tardó en desatascarlo. En el momento del desacoplamiento se produjo tal cúmulo de energía que el zapato salió de nuevo disparado, cambiando la trayectoria de su órbita al chocar con un meteorito que se desintegraba cerca de allí, lo cual provocó una movida sideral que hizo que aquella noche en muchos puntos de la tierra hubiera gente que aseguraría al día siguiente haber visto no uno, sino varios OVNI.
El agradecido animal montó en la escoba de la ciberbruja y se acurrucó contra sus riñones ronroneando.
Aún ahora, en las noches frías de invierno, se acurruca tras su espalda en el asiento del PC y gime bajito pensando en su extraña aventura.
Sigue siendo curioso y atrevido, pero limita su campo de acción al interior de la casa de la bruja, y desde luego, jamás juega con sus zapatos.