Ídolos
Hace un tiempo hubo en mi vida unos años de errores profundos, quizás inconscientemente premeditados, y en todo caso en absoluto calculados, puesto que sus consecuencias fueron terriblemente destructivas.
En aquel momento estaba perdida, alejada de mi misma, del mundo incluso, desgarrada por dentro y por fuera, me movía como una doliente sonàmbula sobre cristales rotos.
Y encontré a una persona. Fue una sacudida energética impresionante y me ayudó a salir de la ceguera espiritual autoimpuesta. Se aplicó a ello con todos los medios y conocimientos de los que disponía, y casi sin darnos cuenta nos fuimos acercando, haciendo nacer algo parecido a una amistad.
Quizás fue un error, quien pretende curar el alma y su paciente tal vez nunca deberían ligar sus destinos fuera del ámbito de la consulta. O puede que fuera una consecuencia lógica de todo lo que nos estaba ocurriendo y una lección de vida, simplemente.
En todo caso tuve a esa persona en una especie de pedestal, admirada por su sabiduría y su fuerza, aunque siempre sentí un poso de resentimiento, un resto de tristeza porque algo, cada día más, me hacía sentirme eternamente equivocada, frente a alguien que era presuntamente incapaz de error alguno, un regusto amargo a frustrada pequeñez ante alguien que parecía incapaz de mostrar (sentir?) piedad.
Ahí estuvo el fallo principal.
Siempre dije que hacía muy bien su trabajo, algunos amigos me lo rebatieron. Ahora veo que todos teníamos razón. Tenía las herramientas, muchas, tenía un don innato y probablemente, cómo aún le dije hace poco, la misión de ayudar al prójimo por encima de cualquier otra cosa. Pero eso no puede desarrollarse con éxito cuando uno se debate a cada minuto con su angustia y para reafirmarse necesita estar señalando constantemente, incluso en público, los errores y miserias que le confían en consulta, con un deje de prepotencia, con un toque de “yo ya he recorrido todo el camino” que es la antítesis de lo que debería transmitir un verdadero guía espiritual. El tiempo fue revelando las mentiras con las que entretejía su devenir, mentiras absurdas a veces, pero que podían herir, mentiras para proteger una imagen de estar de vuelta de todo que no le hacía otra cosa que daño.
Lo estuve viendo claro estos últimos meses, cuando nuestra relación había dejado de ser “clínica” para convertirse en solamente humana desde hacía mucho.
Y en una noche de alcohol y rabia le dije lo que pensaba, junté los pedazos de sentimientos que durante mucho tiempo sólo me había atrevido a dar en pequeñas dosis, siempre después de ser preguntada, e invariablemente con un cierto miedo, una cierta sensación de inferioridad, que no me abandonó casi hasta el final. Esa noche lo junté todo y lo vomité de mala manera. No me siento orgullosa de ello, debía haberlo hecho de otro modo, pero sólo de eso fui capaz. Luego sobrevino un último chisporroteo de rabia, las cenizas de una pena sincera, y luego la nada. No hay rencor, más bien un poco de tristeza, o decepción, al ver que mi ídolo tenía los pies de barro, al percibir con claridad por qué su tarea nunca le funcionaba bien con la gente, sino que más bien le producía infelicidad y disgustos constantes.
Espero que mi antiguo ídolo ahora caído sepa verlo y tenga el valor de desandar lo andado para volver a empezar. ¿Lo espero? En parte si, pero la caída sólo me ha dejado un vacío silencioso al que con esta última reflexión escrita pongo punto y final.
5 comentarios
Moonsa -
martí -
Molt valent, el que escrius, i el que expliques. I necessari.
Un abraçada :-)
Moonsa -
No se por qué tengo la sensación de que a ambas, y probablemente por motivos muy diferentes, este post os ha \"llegado\" de un modo especial.
Ah y si Brisita, dar las gracias y dejar marchar al maestro. Ahora está hecho :)
Un abrazo a las dos :*
Brisa -
Un besito linda, me alegra mucho verte. Entré por casualidad o no.. si tenemos en cuenta que las casualidades no existen. Creo que hoy sin duda en tu post había un mensaje para mí y no sabes cuan importante...
azzura -
Te mando un abrazo
y un beso;;))